El papa Francisco y su bendición en epidemia por Coronavirus

El papa Francisco entregó la tradicional bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo), normalmente dada solo en Navidad y Pascua, desde una plaza de San Pedro vacía, como respuesta a la pandemia mundial de la enfermedad por coronavirus.

De esta manera, el Papa otorgó en la tarde de este viernes una indulgencia plenaria universal hacia todos los fieles de la Iglesia católica en medio de la pandemia que golpea en todo el planeta. “Un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Se palpita en el aire, lo dicen las miradas, nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta. En esta tormenta estamos todos“, señaló el Santo Padre en su mensaje.

 “Esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la Virgen, descienda sobre vosotros la bendición de Dios: Señor, bendice al mundo, da salud al cuerpo y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor, pero nuestra fe es débil, Señor, y tenemos miedo. Pero tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repite de nuevo: no tengáis miedo y nosotros junto a San Pedro volcamos en ti todo nuestro agobio porque sabemos que tú nos cuidas”, dijo Francisco.

Y añadió: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. Señor, nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”.

Y terminó diciendo: “Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil, Señor, y tenemos miedo. Más tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, «descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas».

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