20 años, sin verdad, sin justicia y sin Diego

Dos décadas después continuamos haciéndonos la misma pregunta: ¿Por qué nos arrebataron a Diego Turbay?

Hace 20 años las Farc le cegaron la vida a un soñador y ejecutor de paz, a un hombre que dedicó su vida hasta su último respiro, a forjar una Colombia sin violencia, esa, que golpeó tan duro a su familia con un secuestro y una masacre en medio del conflicto armado.

En un operativo sangriento, violento  y sin precedentes de ese tipo, con poco más de 30 años perdió la vida acribillado junto a su mamá, Inés Cote, su buen amigo Jaime Peña Cabrera, el conductor de la familia, Rafael Ocaciones y sus tres escoltas: Edwin Alarcón, Mail Bejarano y Dagoberto Samboní, en ese fatídico 29 de diciembre del 2000. En aquel trágico hecho se desvaneció la esperanza de paz que alimentó con su trabajo como presidente de la Comisión de Paz de la Cámara de Representantes mientras se desarrollaban los diálogos con esa guerrilla en el Caguán. El país entero se estremeció e incrédulos tuvimos que ver las dantescas escenas y el dolor manifiesto de siete familias.

No entendemos todavía que odios e intereses podrían motivar su muerte, y tampoco cuáles han causado la de miles de colombianos más durante estos últimos años desde aquel día, donde ya la guerrilla de las Farc anunciaba supuestos buenos propósitos, sin acciones concretas. 20 años después, el panorama no es muy diferente, porque las víctimas seguimos sin conocer la verdad, sin lograr justicia y sin obtener reparación. Más allá de emitir una petición de perdón en La Habana o de anunciar que en la JEP dirán la verdad, vemos correr los días sin avanzar en el esclarecimiento de los hechos. Quienes extrañamos, amamos y honramos la memoria de Diego y su familia, nos sumamos a la voz de todas los que han padecido la guerra en Colombia, que reclaman garantías y que los crímenes no queden en impunidad.

Hay muchos calificativos para describir a un hombre como Diego. Una persona extraordinaria, leal, servicial, con un sentido del humor fino, que le apostó siempre al diálogo y por eso nunca descansó en su propósito de la negociación para hallar salidas al conflicto. Tal era su entereza y decisión que en tan solo dos años desde su retorno de Europa, asumió y consolidó un fuerte liderazgo político en el departamento del Caquetá que se extendió y lo catapultó en el resto del país. Su ausencia duele, pero su recuerdo pervive en el tiempo y en los corazones de quienes le conocimos y tuvimos el honor de compartir con él, charlas, amenas conversaciones, graciosas anécdotas e incluso densos debates. Diego dejó una huella imborrable, con una corta pero productiva carrera política que fue silenciada por las balas asesinas de las Farc.

¡Que falta haces Diego, pero tu legado permanece! No te olvidamos.

Lucía Bastidas – Concejal de Bogotá

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