El salario mínimo de los informales

Javier Alejandro Ospína – Concejal de Bogotá

Cero. Ese es el salario mínimo que, por definición, tienen quienes trabajan en la informalidad. Al no ser regulados, ni vigilados, ni obligados a pagar seguridad social, en los mercados informales los dueños de un capital (un puesto callejero de perros, de arreglos navideños o de juguetes de contrabando, un taller mecánico en un garaje, o un torno para hacer artesanías) pueden pagarle lo que quieran a sus trabajadores. Incluso, en casos extremos, pueden engañarlos; utilizar sus servicios y al final no pagarles, con lo que el salario, en la práctica, se hace igual a cero. Todo es permitido en la informalidad. Y a ella pertenece el 36% de los trabajadores bogotanos, algo cercano a 1,4 millones de personas.

Esta semana, además, el Dane publicó el dato de desempleo en Bogotá. Según esa entidad, para octubre había en Bogotá 411 mil personas sin trabajo y, por supuesto, sin salario. Por ese dato la Alcaldesa sacó pecho. El 9,6% de tasa de desempleo que corresponde a ese número de desempleados es, en efecto, el menor desde finales de 2017, pero aún son muchas familias afectadas por el flagelo de no tener una ocupación.

Es por eso que la discusión de estos días, sobre salario mínimo, es crítica, tanto para los trabajadores formales, sus sindicatos y los empleadores formales de la ciudad, como para quienes actualmente están en la informalidad y en el desempleo. Si el incremento es muy alto, hay menos incentivos y se vuelve más difícil formalizarse y contratar más, así de simple. Un salario muy alto, ayuda a quienes hoy lo ganan, pero perjudica a quienes no lo tienen, que son además voces silenciosas sin participación alguna en la comisión que define el mínimo.

Pero para saber qué salario sería muy alto en este caso, y sobre todo en esta coyuntura, lo primero es entender cómo se discute el mínimo. La Ley establece que para la concertación del salario mínimo se deben sentar varios interesados en un comité: gremios, sindicatos y gobierno. Y deben tener en cuenta cinco elementos: la meta de inflación del Banco de la República para el siguiente año (que sigue en un  inaudito 3%), el crecimiento de la productividad de 2022 acordada por un subcomité adicional que coordina el gobierno Petro (y que esta semana dijo que había sido apenas del 1,2% anual), la contribución de los salarios al ingreso nacional, el incremento de la producción (ambos en franco deterioro) y, por último, la inflación, un dato que saldrá mañana, pero que estará cerca del 12% en donde se ha mantenido todos estos meses. Nada más.

De los cinco indicadores, cuatro jalan para abajo, y uno solo para arriba. ¡Para muy arriba!: con una inflación del 12%, sería inexplicable un crecimiento del mínimo que promueva el empleo formal, y que aligere las cargas de los pequeños empresarios, para que puedan seguir contratando y seguir creciendo.

Si el mínimo aumenta el 12%, o más, como con seguridad ocurrirá, se necesitará, con aún más urgencia, que se apoye a los pequeños comerciantes formales, a los pequeños industriales bogotanos y, en general, a todos las mipymes y emprendedores de la ciudad. Esta tarea crítica deberá liderarla la Secretaría de Desarrollo Económico, con mayor presupuesto, y sobre todo con mayor ejecución. En mi trabajo como Concejal de Bogotá me estoy concentrando en garantizar que ello ocurra. Solo así se podrá impulsar el empleo, y el crecimiento empresarial, que es la única forma de superar la pobreza y lograr el desarrollo de todos.